domingo, 9 de junio de 2013

Un ladrón en la alcoba

Yo tengo tu cartera, tú tienes mi reloj
Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, Ernst Lubitsch 1932) es una agradable comedia escrita por Samson Raphaelson y Grover Jones, y dirigida por el maestro Lubitsch.

Sinopsis (filmaffinity): Lily, una carterista que se hace pasar por condesa, conoce en Venecia al famoso ladrón Gaston Monescu, quien a su vez se hace pasar por barón, y se enamoran. Gaston roba al aristócrata François Fileba y huye con Lily antes de que le descubran. Casi un año después, en París, Gaston roba un bolso con diamantes incrustados a la viuda Mariette Colet, pero se lo devuelve y la cautiva de tal forma que lo contrata como secretario.

Miriam Hopkins

Acción fuera de plano, juego de puertas, puesta en escena teatral, diálogos chispeantes, coqueteo descarado... el sello personal del director está por todas partes. Es divertida, es inteligente y es un ejemplo de que el cine ya era grande hace más de 80 años.

Kay Francis

Lo más sorprendente, su final. No porque el guión contenga un giro rocambolesco o inverosímil, o por la aparición de un deux ex machina para resolver el enredo. Quizás no debería sorprendernos, al fin y al cabo es un desenlace natural. Puede que la culpa la tenga la industria cinematográfica estadounidense tras el código Hays, donde triunfa lo políticamente correcto, lo previsible, lo prefabricado.

A mí Lubitsch me arrancó una sonrisa. Yes, Sir.

sábado, 8 de junio de 2013

Amor

Esclavos de Haneke
Amor (Amour, Michael Haneke 2012) es la más reciente película del director austriaco, aplaudida por la crítica hasta la extenuación, y puesta en un pedestal por sus más fervientes seguidores.

Sinopsis (filmaffinity): Georges y Anne, los ochenta cumplidos, son dos profesores de música clásica jubilados que viven en París. Su hija también se dedica a la música, y vive en Londres con su marido británico. Un día, Anne sufre un infarto. Al volver del hospital, un lado de su cuerpo está paralizado. El amor que ha unido a la pareja durante tantos años se verá puesto a prueba.


En la más pura línea Haneke, la película es dura de ver. El director disfruta incomodando al espectador, de hecho este parece ser su único objetivo, lo que le convierte en un sádico. Además la película es feísta, destacando siempre lo más desagradable, casi regodeándose en ello. Y algunos justificarán su sobriedad porque la historia intimista lo reclama, pero la falta de banda sonora (si exceptuamos los pianos) y el paupérrimo escenario no están al servicio de la historia, sino al del ego de Haneke. Más que un cineasta, se las da de fotógrafo de una realidad triste y patética, de ser el único con los cojones de filmarla como realmente es, y nos acusa de falta de entrañas para soportarla.

Pues bien, estoy seguro de que pasar por el trance que narra la película junto a una persona amada o querida debe parecerse bastante a lo visto. Y de que no es una cinta fallida, en el sentido de que el director hace exactamente la película que pretende filmar. Pero, más que incomodidad o tristeza, lo que provoca la película es un soberano aburrimiento. Aquí no hay guión para más de veinte minutos, ni más que un único tema y un único dilema moral en más de dos horas. Haneke nos tortura con la visión de una realidad harto conocida, a ritmo de planos fijos, escenas interminables y rellenos sin sentido (me vienen a la cabeza una escena de una mujer pasando la aspiradora, una presentación en Powerpoint de cuadros de paisajes, o la persecución de una paloma -metáfora de los huevos cuadrados de Haneke-).

Por resumir, y no ser tan plasta como el director austriaco, esta película no puede gustar a nadie, pero tendrá una legión de adoradores-esclavos. Tiene todos los elementos necesarios: falta de guión, narra una realidad durísima, lenta hasta la extenuación, falta de banda sonora, supuesta invitación a la reflexión... Siempre saldrá un defensor que, sabiendo que es infumable, tratará de recomendársela a usted, creyendo que haber sido capaz de soportar semejante bodrio lo coloca en un plano superior de sensibilidad e intelectualismo a la vez. Cuando usted reconozca que no le ha gustado (si se atreve a hacerlo) lo mirará con sonrisa ladeada y un poco de condescendencia. ¡Pobre criatura, incapaz de valorar el verdadero arte!, pensará. ¡Chúpame un pie!, le diría yo.